viernes, 27 de mayo de 2016

Mundo propio

Una noche más, despertó antes de tiempo.
Y una noche más, con sudores fríos.

Dormía fatal, y ya no podía más. Sentía que se iba a volver loca, y tal vez ya lo estuviera. La habían visto caminando sonámbula, en silencio, sin detenerse ante puertas, escaleras ni otros obstáculos. Conocía aquellos pasillos bien, muy bien, ya que hacía años que no abandonaba su retiro.

¿Retiro? Qué irónico es el lenguaje... ¿irónico? Tampoco. Mezquino es la palabra. Porque ella no estaba allí de retiro, sino de recuperación.

Llevaba allí mucho tiempo. Demasiado. Y no porque tuviera una condena demasiado pesada, oh, no. Había estado a punto de regresar en muchas ocasiones. Pero al final, siempre... volvía. No tenía más remedio que bajar la cabeza, aceptar la derrota y devolver sus vestidos al armario. Una decepción tras otra. Pero, ¿qué podía hacer? Era más fuerte que ella.

Por tanto, se dedicaba a pasar un día tras otro. Hacía lo que le pedían. Acudía a las sesiones. Se esforzaba. Trabajaba y se comunicaba. Y mientras otras elegían pasar las horas muertas aisladas, ella acudía al taller tanto como podía, para dedicarse a su pasión: la arcilla. Se sentaba delante de un trozo de material, con las herramientas a su lado, y a partir de ese momento el mundo y el tiempo dejaban de existir. Abstrayéndose por completo de su entorno, dejaba que sus manos se movieran a su aire. Les daba la libertad que ella misma no tenía y así, dejaba que su alma fluyera por sus dedos y dieran vida a una nueva creación.

Con cada una de ellas, creía estar más cerca del final. Pero se equivocaba. Ya no reconocía su propia obra. Las esculturas ya no le hablaban, no se sentía reflejada. Y empezaron las pesadillas.

En ellas, siempre se veía a sí misma caminando de noche, sola. Nadie se cruzaba en su camino. Caminaba, caminaba y no hacía nada más. Los finales siempre eran diferentes. Y el mismo a la vez. Desde una ventana, una torre o un acantilado, el final era siempre... igual.

Sólo es un sueño, se decía. Y el engaño funcionó hasta que su cuerpo real empezó a copiar a su cuerpo en sueños.

Sólo caminas. No puede pasarte nada, se decía. Y de nuevo, el engaño funcionó, hasta que descubrió que sus manos no habían perdido su habilidad, sólo habían cambiado de intereses.

Y cuando descubrió que podía abrir puertas y ventanas, definitivamente, enloqueció.


Luz interior

jueves, 19 de mayo de 2016

Un té

Las siete menos cuarto...

Llevaba un rato sentado y su té ya estaba más que frío. No es que llegara tarde. Es que había llegado antes de hora. Un poco por asegurarse, un poco por no tener nada antes que hacer. Pero sobre todo por nervios, ansiedad y más nervios.

La cosa había empezado un par de semanas atrás. El aburrimiento, que es muy malo, le había hecho pasar mucho rato conectado a una de tantas aplicaciones que esta vida moderna brinda para conocer rápidamente y olvidar más rápidamente todavía.

¿Y cómo había ido? Pues aparentemente, bien. Estrictamente, hablando, había cumplido el objetivo: había contactado con unas cuantas personas, y había mantenido un contacto desigual durante los días posteriores. Pero en un caso... fue diferente.

No era fácil de explicar. Todo había empezado con un saludo, mera cortesía, y un par de tópicos más que manidos. Que si de dónde eres, que si qué haces, que si tus fotos, tu perfil... Cualquier hubiera podido llevar esa conversación, con las mismas preguntas, mismas respuestas. Pero había algo más. Más allá de las palabras, asépticas y automáticas, se notaba un hilo, que poco a poco se convertía en una cuerda que, al lazo, lo atraía y lo atrapaba.

No, desde luego, no era la habitual charla intrascendente. Poco a poco, se abría paso otra cosa. A través de una pantalla electrónica que sólo contenía letras y emoticonos, podía mirar a los ojos a otra persona que podía estar en cualquier lugar del mundo, de quien no sabía más que lo que leía pero de quien, a su vez, sabía cada vez más y más.

Pronto se convirtió en una obsesión. Aprovechaba cualquier momento para mirar si tenía nuevos mensajes, y cuando coincidían los dos, se negociaban horas de sueño por el chat. ¿Negociaban? No. Negociar implica intercambio entre dos partes. Pero la situación era totalmente unilateral. Así que si era preciso, se acumulaban ojeras y cafeína sin dudarlo. Todo por obtener la dosis.

Pero no pasaba de ahí. Se había planteado dar un paso más, un paso natural, y decirle "¿quedamos?" Pero no... no lo hacía. Se decía que aquello era cosa de dos, y que si uno no lo hacía, bien podía hacerlo el otro. Y que si ninguno lo decía, sería que no era el momento. Se decía... y se engañaba.

Se engañaba porque era mucho más fácil mantener esa situación, que no proporcionaba grandes recompensas pero tampoco suponía grandes riesgos. Porque si lo proponía ("¿quedamos?") no habría marcha atrás. Ser o no ser. Todo o nada. Toda medida le parecía pequeña ante semejante disyuntiva. Así que seguía con "qué tal", "cómo te ha ido el día", "mi jefe es un capullo", y demás frases que había acumulado, con los años, en su burbuja, su zona de confort de la que no veía necesidad de salir.

Así que no fueron sus dedos los que lo escribieron. Pero sí fueron sus ojos los que leyeron aquel "¿quedamos?". Fue su corazón el que empezó a latir con más fuerza, su respiración la que perdió el ritmo, y su piel la que se empapó al instante.

Un minuto después, escribió "me encantaría".

Y dos días después, pidió un té y se sentó a esperar.


Un té

lunes, 9 de mayo de 2016

Adelante

¡Viajeros al tren!

O como se diga...

El plan de ese día era ir desde Kyoto a Nara, para lo cual tendría que coger un tren local. Nada de los más lujosos trenes bala que había cogido antes. Esta vez no, esta vez tocaba un modesto transporte lleno de turistas como él, escolares y gente con poca cosa que hacer.

No sabía si sería un buen día. Era visita obligada, según todas las guías y todos los consejos bienintencionados que había recibido. Pero caía una ligera lluvia que no parecía que fuera a cesar.

Cualquier otro se podría haber amedrentado. Pero no él. Él decidió que puesto que había hecho el viaje hasta allí, no valía la pena perder el escaso tiempo de que disponía. Así que había preparado la mochila. La cámara, montones de papeles, un chubasquero. Eso, desde el hotel. En la estación eligió un bento y una botella de agua.

Una vez en destino, no tuvo más que seguir la riada de turistas. A él no le gustaba ser manada. Pero de momento, se dijo, vamos al mismo sitio. No es que yo les siga, es la coincidencia. Ya les daría esquinazo más adelante. ¿Cuándo? Pronto. En cuanto estuvo cerca del primer punto marcado de su itinerario, se paró. Sacó sus apuntes y se situó.

- Vale, ya veo. Ya sé dónde estoy. Tengo que ir por esa otra calle, caminar un poco y al ver el estanque, dirigirme allí.

Esas palabras se decía mientras se resguardaba debajo de una rama. No es que le tapara mucho, claro está. El agua no se deja intimidar tan fácilmente y poco a poco lograba esquivar los impedimentos y dirigirse al suelo. Pero no importaba. ¿Un poco de agua? La que le llegara se lo había merecido, y él ya había decidido que mojarse no era un problema, sino un aliciente más.

De pronto, notó algo diferente. Lo vio primero en el estanque y lo notó después en los pies.

El suelo vibraba. No podía llegar a decir que se moviera, pero el movimiento telúrico era evidente. Se quedó frío, en silencio.

Pasaron cinco segundos. Diez. Mil. Millones.

Medio minuto. Y se acabó.

Miró alrededor. El mundo no se había detenido. Nadie gritaba, nadie parecía alterado. Todo lo contrario. Los árboles seguían en pie, los niños seguían asaltando a los turistas y los ciervos seguían comiendo de la mano de cualquiera que se atreviera.

Pero nadie parecía haberse alterado lo más mínimo. Nadie había reparado en él, ni se preguntaba si estaría bien. Un inquietante pensamiento se plantó en su mente, y al crecer, hizo que se planteara... ¿qué hubiera pasado con un movimiento mayor? ¿Y si se hubiera abierto la tierra? ¿Y si él hubiera desaparecido allí mismo? ¿Quién lo sabría? La respuesta... nadie.

Sacudió esa idea de su cabeza que salió disparada junto con un par de gotas de agua de lluvia.

Y sonrió.

Sonrió porque veía claro que el día sería estupendo y el viaje, genial.

¿Qué lo podría estropear?



¿Lluvia? ¿Y qué?