sábado, 24 de agosto de 2013

Huellas

Huellas, dejadas por el paso del tiempo, la experiencia (y las experiencias) en nosotros, y por nosotros.

Hay huellas como pisadas en la arena, que forman un camino muy largo, pero se borrarán con la primera ola y no quedará ni rastro.

Hay huellas en los caminos, dejadas por los que los recorren una y otra vez, sencillamente porque es el camino y ya tiene huellas, sin siquiera pensar si se podría caminar por donde aún no hay huellas.

Hay huellas en el cemento, de alguien que pasaba por allí llevado tal vez por el destino, y que se animó, con un punto gamberro, a dejar su nombre para la posteridad y para gracia o desgracia del cementero.

Hay huellas en la piel. Son visibles por todos, te marcan y te definen, y después de que aparezcan, tu vida antes de ellas te parece un sueño.

Hay huellas grabadas en la roca, trabajadas con martillo y cincel, y que perdurarán por siempre.

Y hay huellas en el alma.

 Huellas

jueves, 15 de agosto de 2013

De viaje!

Se levantó temprano.
Mucho más de lo normal. Porque ese día, no se levantaba para trabajar ni para estudiar. Se levantó para irse, lejos. Por fin, después de mucho esperar, mucho luchar y mucho planear, llegó el día de la partida.

Cogíó la maleta que había acabado de hacer una horas antes, el pasaporte,... y salió de casa. Al cerrar la puerta tuvo una extraña sensación. Dos vueltas de llave y la sensación se le extendió por todo el cuerpo. ¡No hay marchas atrás! En ese momento, solo, se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

¡Rápido! ¡Al tren! Mientras se iba acercando al aeropuerto, miraba las caras de sus compañeros de viaje. Caras normales, caras de sueño, caras de fastidio. Era un día especial. ¿Cómo podía ser que no sintieran el mismo gozo que él? Y sin embargo, así era.

Por fin llegó a la terminal.
Gente, colas, maletas, mostrador, pasaporte en la boca y zapatos en las manos, y a buscar la puerta de salida.
Una hora de agonía.
¡Embarquen!
Otra cola, otra gente, los mismo nervios. No, otros; no, los mismos... ¿Cómo decidirse? ¿Y qué más daba? Ya estaba en su asiento, nuevamente descalzo y mirando por la ventana. Click. Monos azules y chalecos naranjas iban arriba y abajo mientras las sonrisas guiaban al resto de pasajeros.

Finalmente, se hizo la calma, y el avión echó a andar por la pista. Despacio... demasiado... así no llegamos a ningún lado.

Se detuvo al principio de la recta, y volvió a moverse. Más deprisa, más, un acelerón, la sensación de pegarse al asiento, y de despegarse del suelo.

Ahora sí. Empieza la aventura.



De viaje!

sábado, 10 de agosto de 2013

Nudos

Se ajustó la corbata.

Estaba delante del espejo pero se sentía raro. No sabía muy bien por qué. Claro que no era habitual en él llevar corbata, ni traje, ni tantas formalidades. No... Pero no era eso. Había algo más. Algo que lo hacía sentirse raro, más allá del aspecto físico.

Era un día especial. Lo llevaba esperando mucho tiempo, y por eso estaba nervioso. Tenía que ser eso. Sí, acabó por convencerse. Hablar delante de tanto público no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Pero había trabajado duro para llegar a ese día. Tanto tiempo... tantas penalidades y sacrificios, esfuerzos que nadie más conocía. Sé lo que estás pasando, le decían. Ya sé que es duro, estaba harto de oir.

 ¿Qué sabréis vosotros? No tenéis ni idea. Eso son cosas que sólo yo sé.

Después de las formalidades de rigor, ignoró al público y se dirigió a quien realmente importaba. Abrió la boca para hablar y en ese momento sintió que se deshacía el nudo que tenía en el estómago. Las palabras empezaron a fluir, y con ellas, arrastraron la angustia acumulada, nervios y los pensamientos negros, dando paso a la firmeza y seguridad que emanaba, después de todo, de forma tan natural.

 Nudos