jueves, 7 de noviembre de 2013

Luna

La luna...

mírala ahora.
Cuarto creciente, lo llaman. Pero yo sé que no es sólo eso. Hay algo más.

Es la luna la que esta noche nos acogerá en su regazo, nos acunará y nos protegerá.

Y poco a poco, noche tras noche, crecerá. Y su barriga, que antes nos acogía, pronto nos expulsará a la noche, a la oscuridad. Nos podemos agarrar con uñas, dientes y lo que tengamos. Pero no hay alternativa. En pocos días, sin remedio, su barriga, tan hospitalaria como era antes, se habrá tornado en agreste, dejándonos expuestos sin remisión.

Pero no hay que temer, porque será para buscar otros mundos. Y pronto, antes de darnos cuenta, la volveremos a encontrar y acogiéndonos, preguntará "¿qué habéis visto?", "¿qué habéis vivido?"

Y llegará entonces el momento de iluminación, de comprensión, que lo que antes nos pareció un desgarro salvaje, ahora nos parecerá oportunidad, descubrimiento y crecimiento antes de volver a la seguridad que ya nos meció, y nos volverá a mecer.

La luna

domingo, 22 de septiembre de 2013

Cruce de caminos

Hay veces que se llega a un cruce de caminos. Se puede elegir seguir por aquí, seguir por allá. Pero otras veces, realmente, no se puede elegir.

El camino está marcado, el mismo indica por dónde seguir, y sólo hay que saber interpretar las señales. Tal vez se expresen en un lenguaje extraño pero está ahí. Y una vez que se ve y se entiende, se hace claro lo que hay que hacer: seguir la senda marcada.

 Camino

sábado, 24 de agosto de 2013

Huellas

Huellas, dejadas por el paso del tiempo, la experiencia (y las experiencias) en nosotros, y por nosotros.

Hay huellas como pisadas en la arena, que forman un camino muy largo, pero se borrarán con la primera ola y no quedará ni rastro.

Hay huellas en los caminos, dejadas por los que los recorren una y otra vez, sencillamente porque es el camino y ya tiene huellas, sin siquiera pensar si se podría caminar por donde aún no hay huellas.

Hay huellas en el cemento, de alguien que pasaba por allí llevado tal vez por el destino, y que se animó, con un punto gamberro, a dejar su nombre para la posteridad y para gracia o desgracia del cementero.

Hay huellas en la piel. Son visibles por todos, te marcan y te definen, y después de que aparezcan, tu vida antes de ellas te parece un sueño.

Hay huellas grabadas en la roca, trabajadas con martillo y cincel, y que perdurarán por siempre.

Y hay huellas en el alma.

 Huellas

jueves, 15 de agosto de 2013

De viaje!

Se levantó temprano.
Mucho más de lo normal. Porque ese día, no se levantaba para trabajar ni para estudiar. Se levantó para irse, lejos. Por fin, después de mucho esperar, mucho luchar y mucho planear, llegó el día de la partida.

Cogíó la maleta que había acabado de hacer una horas antes, el pasaporte,... y salió de casa. Al cerrar la puerta tuvo una extraña sensación. Dos vueltas de llave y la sensación se le extendió por todo el cuerpo. ¡No hay marchas atrás! En ese momento, solo, se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

¡Rápido! ¡Al tren! Mientras se iba acercando al aeropuerto, miraba las caras de sus compañeros de viaje. Caras normales, caras de sueño, caras de fastidio. Era un día especial. ¿Cómo podía ser que no sintieran el mismo gozo que él? Y sin embargo, así era.

Por fin llegó a la terminal.
Gente, colas, maletas, mostrador, pasaporte en la boca y zapatos en las manos, y a buscar la puerta de salida.
Una hora de agonía.
¡Embarquen!
Otra cola, otra gente, los mismo nervios. No, otros; no, los mismos... ¿Cómo decidirse? ¿Y qué más daba? Ya estaba en su asiento, nuevamente descalzo y mirando por la ventana. Click. Monos azules y chalecos naranjas iban arriba y abajo mientras las sonrisas guiaban al resto de pasajeros.

Finalmente, se hizo la calma, y el avión echó a andar por la pista. Despacio... demasiado... así no llegamos a ningún lado.

Se detuvo al principio de la recta, y volvió a moverse. Más deprisa, más, un acelerón, la sensación de pegarse al asiento, y de despegarse del suelo.

Ahora sí. Empieza la aventura.



De viaje!

sábado, 10 de agosto de 2013

Nudos

Se ajustó la corbata.

Estaba delante del espejo pero se sentía raro. No sabía muy bien por qué. Claro que no era habitual en él llevar corbata, ni traje, ni tantas formalidades. No... Pero no era eso. Había algo más. Algo que lo hacía sentirse raro, más allá del aspecto físico.

Era un día especial. Lo llevaba esperando mucho tiempo, y por eso estaba nervioso. Tenía que ser eso. Sí, acabó por convencerse. Hablar delante de tanto público no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Pero había trabajado duro para llegar a ese día. Tanto tiempo... tantas penalidades y sacrificios, esfuerzos que nadie más conocía. Sé lo que estás pasando, le decían. Ya sé que es duro, estaba harto de oir.

 ¿Qué sabréis vosotros? No tenéis ni idea. Eso son cosas que sólo yo sé.

Después de las formalidades de rigor, ignoró al público y se dirigió a quien realmente importaba. Abrió la boca para hablar y en ese momento sintió que se deshacía el nudo que tenía en el estómago. Las palabras empezaron a fluir, y con ellas, arrastraron la angustia acumulada, nervios y los pensamientos negros, dando paso a la firmeza y seguridad que emanaba, después de todo, de forma tan natural.

 Nudos

sábado, 18 de mayo de 2013

Frascos

Esta mañana abrí los armarios de la cocina.
Me fijé en los frascos vacíos, frascos que he ido usando a lo largo del tiempo. En su momento había cosas que usé y gasté. Cosas que tuvieron su lugar, pero que ya no volvieron. Pero yo guardé los frascos.

Los saqué todos.

Había un montón. Y no sólo había un montón sino, lo más importante, dejaron un montón de espacio libre. Normal, obvio, pensé. ¿Por qué los guardaba? Al principio pensaba que un solo frasco no era mucho espacio. Y lo guardaba. Luego, que me podía ser de utilidad más adelante. Y guardaba más. Y también, que era una pena tirarlo, ya que lo tenía. Y guardaba más y más.

Pero al verlos todos juntos, me di cuenta de algunas cosas.

¿Los necesité de nuevo alguna vez? Sí, puede que usara algunos.
¿Los usaré todos alguna vez? Rotundamente, no.
Y el espacio que quitaban... ¿lo necesitaré?

Pues... la respuesta es bien clara: sí. Mientras esos frascos del pasado se acumulaban, se me comían el espacio en los armarios. No podía conseguir espacio nuevo. Y tenía que ir acomodando a duras las penas las cosas nuevas que sí necesito y sí me aportan algo. ¿Acomodando? No suena muy bien. Suena a que los viejos frascos, vacíos, tenían preferencia sobre las especias nuevas, los sobres de vinagre de arroz y los paquetes de pasta fresca.

Increíble... Algunos de esos frascos me han dado un nuevo servicio. Han contenido mermelada de fresas, de ciruela, de manzana, o salsa de tomate. Pero la mayoría están ahora amontonados en otro espacio junto con más cosas viejas e inútiles esperando su destino, probablemente, el olvido.

Mientras, veo todo el nuevo espacio libre y voy imaginando con qué lo llenaré.


Frascos

domingo, 28 de abril de 2013

Mar

Llegó el día.
Toda la familia se puso en marcha. Grandes, pequeños... carreras arriba y abajo, bolsas que se llenan, coches que se cargan,

- ¿Estamos todos? ¿Falta alguien?
- Sí, estamos todos. No falta nadie, no nos dejamos nada. Tranquilízate.
- ¿Y el abuelo?
- El abuelo también está aquí.

Se quedó más tranquilo. Todo iba bien.
Al cabo de un rato la comitiva llegó al puerto. No había sido fácil, ni barato, pero habían podido alquilar un barquito, una pequeña embarcación de recreo. Por suerte, no necesitaban tripulación para pasar aquel día en el mar. Era un esfuerzo, pero aún así, necesario.

Recibieron las últimas instrucciones, subieron a bordo y zarparon. Despacio primero, un poco más rápido después, Y luego a toda máquina. Con el viento en la cara desde el puesto de mando. Más abajo, los críos chillaban, mientras la cerveza y el bronceador circulaban a partes iguales. Por fin, se pararon los motores y, allí arriba, se hizo la calma.

- ¿Estás bien?
Esa voz normalmente le tranquilizaba. Pero en esa ocasión, tuvo que dejar la pregunta sin respuesta. En silencio, soltó el ancla, bloqueó el timón y bajó a cubierta.

Cuando llegó a la borda, toda la familia se reunió allí. Los chillidos de los críos cesaron, y la cerveza se quedó en las neveras.

- ¿Estamos todos?¿Falta alguien?
- Sí, cariño. Estamos todos.
-¿Y el abuelo?
- El abuelo también está aquí.

Una pausa, un suspiro, y entonces él alargó las manos encontrándose con las de ella que sujetaban la urna. La miró unos instantes, la abrió y dejó que la brisa marina le ayudase.

- Adiós, abuelo.

 Mar

domingo, 7 de abril de 2013

Rojo

Se quedaba sin tiempo. Faltaba poco para la hora y aún no había llegado.
Había recibido una nota hacía sólo un par de días. Casi no ponía nada.
Un lugar: el aeropuerto.
Una hora:  las ocho de la tarde.
Una clave: rojo.

¿Quién se la podía haber  enviado? La nota no estaba firmada. Sin embargo, dentro de sí, lo sabía. Sabía con quién iba a encontrarse. Después de tanto tiempo…

Por fin llegó.  Increíble. El tráfico estaba imposible a esas horas, y aún así, llegó. Los astros están de mi parte, pensó. Una vez en la terminal, miró las llegadas. Había unos cuantos vuelos que llegaban a esa hora. Pero todos llegaban de sitios tan remotos, que le parecía imposible. El Cairo, Amsterdam, Buenos Aires… Después de todo, pensó, tuviste que irte muy lejos. Se le dibujó una leve sonrisa, al tiempo que notaba su propio pulso en la sien.
Ahora… rojo.
Salió una avalancha de gente.  Parejas mayores de la mano, padres con niños chillones… al fondo, una maleta roja.  Atención! Pero no… la arrastraba una veinteañera con quien ciertamente no había compartido su pasado.
¿Y ahora qué? Entre la muchedumbre distinguió un pañuelo rojo recogiendo una melena rubia. Pero sólo era unas azafatas con cara de querer llegar a casa.
Pasó allí mucho tiempo, sin resultado. Se sentía como un pájaro enjaulado y observado, víctima de un juego cruel. Había esperado muchos años. Pero por alguna razón, no podía esperar ni un minuto más. Irritado, con la sensación de que le habían vuelto a engañar, empezó a caminar hacia la puerta. Con desdén introdujo unas monedas en la máquina del aparcamiento y recogió su ticket.  Ya con la mente más que turbia, se dirigió al coche. En dos minutos volvería a estar en medio del tráfico y olvidaría esa tarde.
Un par de vueltas, una rampa y la calle. Veía la autopista, se dirigió a ella.
Paró delante de un semáforo y esperó. En ese momento, alguien golpeó en el cristal.
------------------------------------------------------------------- (final A)
Toc, toc. “No quiero pañuelos” pensó sin mirar. En ese momento, el semáforo cambió de rojo a verde. Metió primera y se marchó para siempre.
------------------------------------------------------------------- (final B)
Toc, toc. “¿Qué quieren ahora?” Se giró y dirigió una mirada de desprecio a esa persona que se le ponía delante y le impedía marchar. “Suerte tienes de que esté el semáforo en rojo”. “Rojo”… esa palabra le dejó en suspenso.  Bajó el cristal, y se quedó sin palabras.

 Rojo

domingo, 24 de marzo de 2013

Tiempo

El tiempo es relativo.

Lo dijo Einstein, y yo confío mucho en ese buen señor de peine haragán y lengua afable.

El tiempo es obstinado.

No importa lo que hagamos, o lo que necesitemos, siempre hará lo que le parezca. Aunque el pobre no sabe que lo que le parece, tampoco importa, porque está dominado por su naturaleza.


El tiempo avanza inexorablemente.

Inexorablemente... esa palabra que sólo se usa para el paso del tiempo. ¿Y por qué siempre se dice lo mismo? ¿Puede acaso avanzar de otra manera?

Pues tal vez sí. Porque el tiempo avanza de forma irregular. En principio, una hora son sesenta minutos, y un año dura trescientos sesenta y cinco días, menos cuando se le acumula la faena y se coge un día más. Asuntos propios, debe ser.

Pero a veces, algunos periodos se hacen de rogar. Se alaaaargaaan, no se acaban nunca. Y aveces te hacen un quiebro y se te escurren de entre los dedos.

¿Será porque es relativo? ¿O será su manera de rebelarse de su propia naturaleza?

Pues sí que va a resultar que es obstinado...


El tiempo se detuvo

viernes, 25 de enero de 2013

Tarde en el parque

Le encantaba ir al parque.

No a un parque cualquiera, sino a ése. Era el mejor parque del barrio. No, de la ciudad. No.
Era el mejor parque del mundo entero.

Lo supo desde que fue por primera vez. Estaba en medio del caos urbano. No en el centro, pero eso daba igual. Había calles, coches, escaleras, salidas de metro... hasta llegar a la entrada. En ese momento, era diferente. Gente particular, gente inesperada. Gente diferente.

Y vida. Mucha vida.

Algunos bailaban en grupo. Otros en pareja. Más allá podías ver un par de músicos, y más allá aún, un pase de modelos. Quinceañeras que desfilaban estiradas y decididas: paso, paso, parada, mirada, descaro y otra vez pasos. ¿El público? Nadie. Ellas. Él.

En ese parque, podías seguir caminando y a cada vuelta algo diferente. Después de dejar a los bailongos del rock, llegaban los de la salsa. Algunos completamente fuera de lugar, otros extrañamente incorporados. Al acabar la música, aplausos, sonrisas, y cambio de pareja. ¡Rápido! ¡Que la morena se escapa! La morena... ¡si todas lo son!

En el parque, no te faltaban opciones. Podías mirar al cielo y ver escapar pompas de jabón. O podías mirar abajo y ver a los críos correr detrás de ellas, explotarlas, y reir al tiempo que lloraban con la cara mojada.

Pero en medio de todo, estaba el espectáculo de títeres.
Movimientos delicadas, sutiles, hipnóticos. El conejito interpreta su baile lento, pausado, moviendo primero una pata, luego la otra. Se gira, saluda y se marcha, dejando paso a la danza de la lluvia.

Ploc, ploc.


Y sin dejar de mirar, se detiene el tiempo. Y el tiempo detenido deja pasar la tarde. Y al caer el sol y volver al bullicio, sólo queda una idea.

Volver.



























Mira...

lunes, 21 de enero de 2013

Nunca se sabe

Nunca se sabe.

Nunca.

Dices una palabra, una frase. Dos. Veinte. Minutos hablando. Pero, ¿cuál es el efecto? ¿Qué queda? No lo sabes.

Nunca.

Y por contra...
Otras veces, escuchas una sola palabra. Dicha sin pensar, al viento. Y llega lejos. Más de lo que piensas. Y más hondo.

¿Cuántas veces hemos intentado llegar a alguien, hacerle saber lo que creemos que toca decir? Decimos las palabras correctas, de la manera que nos han enseñado, o de la manera que todo el mundo estaría de acuerdo que hay que decirlo. Y sin embargo... no siempre funciona. Porque cuando somos el que escucha, no podemos evitar una sensación de vacío. Una sensación de "entiendo lo que me dices, y te lo agradezco,..." y bla bla bla. Pero sabes que son palabras huecas que aceptas porque en la misma situación, con diferentes actores, el discurso sería el mismo. El que toca.

Sin embargo, a veces, sólo a veces, el consuelo, el ánimo, la esperanza o el apoyo llegan de forma inesperada. Alguien dice sin pensar "pues por suerte, tú...", o bien "de no ser por aquello..." y entonces todo cambia. Esa frase tiene más contenido que las palabras vacías y ensayadas.

Y es que... nunca se sabe.

Nunca.

 Aguanta ahí!

jueves, 10 de enero de 2013

Empezando...

Para empezar a caminar, un paso.
Y el primer paso, sobre la primera imagen del blog.













Tomé esta foto en Barcelona, allá por la Mar Bella, una noche que sencillamente, decidí coger el coche y la cámara. Primero me quedé cerca de casa. Tarde y frío. ¿Por qué ir más lejos? Pero los resultados no me satisfacían. Así que fui hacia la playa, como otras veces, como otras noches. Aparqué y me puse a caminar, sin saber a dónde. Tomé otras imágenes, más esperables. Y llegué a una zona de vegetación, de ésa que crece junto a los caminos o juntos al mar... Una vegetación como la de la foto. Unas tomas después, tenía lo que se veis. ¡Pero yo aún no lo sabía! Lo descubrí más tarde.
Y es que... no es lo que parece.

Imagen original en Flickr