viernes, 14 de octubre de 2016

Las musas

Musas...

Recuerdo la primera vez que leí esa palabra.

Fue en un libro de texto de lengua, en EGB (jovenzuelos, id a la wikipedia). No era más que una pequeña nota, relacionada con el texto principal. Decía que las musas eran seres mitológicos, normalmente mujeres, que inspiraban a los poetas y les susurraban ideas. Sin su favor cuasi divino, la tarea de escribir era imposible, por lo que había que hacer lo imposible por atraerlas y tener mucho cuidado de no auyentarlas.

Las musas, como seres mitológicos que son, obviamente no existen... ¿o sí? Se podría acudir al tópico y decir que el mundo avanza una barbaridad y las musas existen, aunque de una forma distinta.

Pueden seguir siendo mujeres, en muchos casos. Y desempeñan su labor a la antigua usanza, inspirando una creación que, mejor o peor, no habría sido posible sin su intervención. Sólo que... a veces son conscientes de ello, y a veces no.

A veces son conscientes, ya sea porque se les pone una vela (ejem...) o porque participan con algo más que la mera inspiración.

Pero a veces... a veces no son conscientes de sus propios actos, de sus poderes y de su magia. Y no sólo no son conscientes, sino que no lo serán nunca, ni lo pueden imaginar.

A menudo, es un gesto, una palabra, o incluso un silencio, lo que desencadena ese torrente de energía mística que emana de ellas y provoca ese clic tan necesario en el humilde autor. ¿Y cómo puede ser que no se den cuenta? ¿No notan acaso que se les escapa siquiera un poquito de energía, un pedacito de ser?

Pues no, y ésa es la parte más mágica de todas. Porque el proceso, lejos de desgastar o de erosionar, no hace sino crecer al que recibe y, ojalá, a quien entrega esa chispa invisible.



Las musas

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